-Me lo monto muy mal, la verdad.
-Pues si, guapa.
-¡Eh!
-Me dirás qué no.
-Bueno, un poco si.
Y con su sonrisa infantil me acarició el muslo de aquella forma torpe que siempre estuve segura qué hacia a propósito y negó con la cabeza.
-¿Y ahora qué hacemos contigo?
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