Thursday, March 24, 2011

-Mi psicoanalista me advirtió que no saliera contigo, pero eras tan guapo que cambié de psicoanalista.

Sunday, March 20, 2011


'Daba la impresión de que el Universo me estaba mandando un mensaje.
Ah, no.
Era un whatsapp de mi ex, 
qué por qué no habia ido a ver la función escolar del niño ayer.
'Porque el niño no es mio. Es negro'
fue mi respuesta. 
Cornudo si, 
gilipollas no.
'Lo adoptamos, imbécil'
fue su siguiente mensaje.
Si no hubiera sido por la coma estratégicamente situada hubiera jurado que el insultado era el crio'

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Wednesday, March 9, 2011



Lo bueno de vivir con Jack era que, por mucho que protestase, me negase, y tratase de evitarlo, me mimaba.

Lo malo era que, como temia, me estaba acostumbrando a dejarme mimar.

Tuesday, March 8, 2011


VII.

-Es curiosa la politica, ¿no crees?
Estaba de espaldas a ella, pero sabía que era ella. Tenía que ser ella. Cronos debia de haberla enviado alli.
-Yo misma te comenté una vez algo asi. Hace mucho tiempo.
-La primera vez que vine al templo.
-La primera vez... -susurró Glaüka- Ha sido una larga tarde. Pensé que ya te habías ido.
-No puedo dormir.
-No puedo dormir...
-¿Por qué?
-Tengo miedo.
-¿De quien?
-De ella.
-Eres un cobarde, Victor. Un cobarde. Nunca serás un hombre.
-No quiero ser un hombre. ¡Solo quiero dormir!

-No puedo dormir.. -repitió para si.
-Deberias descansar para mañana.
-Mañana... ¿qué sientes, Glaüka?
-¿Qué siento? 
-¿No sientes remordimientos de tenerme aqui, junto a ti, viva? ¿No sientes... ¿No sientes asco?
-Siento miedo, y humillación, ya que lo preguntas.
-¿Y que sientes sobre que yo esté viva?
-No te entiendo...
-Hay quien cree que para evitar un mal mayor hay que sufrir un mal menos, ya sabes... politica. ¿No?
Pudo notar como las piernas de la sacerdotisa comenzaban a temblar.
-Es una creencia extendida.

-No podéis pasar.
Dos corpulentos mercenarios les cerraban el paso hacia el mirador.
-Ghaldok golpeó la columna furioso.
-¡Yo os contraté! ¡Yo soy vuestro capitán! ¡Dejadnos pasar!
-Ella ordenó que no pasara nadie.
-Algo terrible va a suceder... -murmuró Ariadne a su lado.
-¡Apártate! -gritó Ghaldok impaciente, empujandolo.
El mercenario se lo quitó de encima empujándole hacia atrás y tomó a la anciana por el cuello.
-¿Te vas a estar quieto, capitán? -sonrió, enseñando su dentadura podrida.
Sin pensarlo agarró el cuchillo de la cintura del otro guardia, que permanecia en shock, y lo clavó en su pierna, que soltó a la mujer gritando de dolor.
-¡Corre Ariadne! -la empujó liberandola de las zarpas del gorila, y se volvió hacia él mientras ella escapaba hacia el mirador.

-¿No tienes nada que decir? -inquirió.
-¿Qué quieres que diga?
-¿Por qué?
-Es impensable. Impermitible. No puedes masacrar asi a un pueblo...
-PUEDO -exclamó furiosa.
-Es inhumano hacer pagar a un pueblo por los pecados de un hombre. Mis mensajeros han de haber llegado ya a Chrysò. Es posible que Él ni siquiera esté en la ciudad.
-¿Cuando dices 'mis mensajeros' te refieres a ellos? -preguntó alargando las pequeñas manos hacia uno de los altares. Cómo habia ordenado a Cronos, dos cabezas reposaban envueltas en la sábana de la que tiraron sus largos dedos, rodando por el marmol hasta los pies de Glaüka.
-No...
La mujer murmuró algo aterrada y se dejó caer de rodillas en el suelo, ahogando una arcada.
-Clistenes y Polonio también están muertos. Y Zenón. Y Anaximenes. Todos ellos. ¡Todos!
-¿Cómo has podido convertirte en esto? Eras una niña... ahora te consumen la maldad y el rencor. Estos años te han destruido... No me equivoqué al hacerte tener a Victor.
-No hables de Victor.
-Él al menos te mantenia viva.
-¡CALLATE!
-Pero terminaste de morir con él.
-CALLA. Estoy viva, algo que tú no puedes afirmar.
-No estás viva. No eres más que un espectro -murmuró mientras el acero se clavaba lentamente en su vientre.
-Respiro. Tú estás dejando de hacerlo.

Había llegado tarde.
-Niña...
Se había arrodillado en el suelo, pasando los dedos por el charco de sangre que derramaba Glaüka, inerte sobre el mármol. Al verla alzó la cabeza y se encogió de hombros.
-Tenía que hacerlo. 
Ariadne la tomó en sus brazos y le acarició el pelo.
Contempló con tristeza el cuerpo de su compañera y suspiró. ¿Qué le habia ocurrido a su pequeña?
-Mañana todo habrá acabado.
Para su sorpresa ella correspondió a su afecto.
-Todo, Ariadne. TODO.


Wednesday, March 2, 2011

-En la prisión me dijiste que 
el Gobierno había descubierto que conocías
 información comprometida,
no que estabas infiltrada y habías sido instruida ilegamente.

-Bueno, tú me dijiste que 
habías intentado matarle, pero no que era 
tu padre.

Los dos nos reimos.
Hacía rato que los gemelos habían marchado a dormir,
solían ser siempre los últimos, pero nosotros no podíamos
aquella noche, no.
Al partir, habíamos pactado no hacer más preguntas de las necesarias,
y nos había funcionado.
Ambos sabíamos que estabamos allí por la misma causa,
fuesen cuales fuesen los motivos del otro,
pero eso no significaba que pudiésemos confiar en él.
Con el tiempo, apareció la confianza,
pero retuvimos las preguntas.

-¿Por qué?

La sonrisa despareció de su rostro. 

-Porque mi madre murió a golpes delante de mis ojos 
sin que yo pudiese hacer
 nada,
porque no ha habido momento en vida que no llevase tatuado un moratón en la piel,
porque a los diez años desperté con sus manos al cuello,
porque lo que él y su comité le hacen al pueblo
es sólo una metáfora de lo que 
hace él en su palacio.

Casi sin pensarlo
 pasé la mano por su hombro tapado.
Asintió a mi pregunta muda, desviando la mirada.
Yo había visto muchas veces ya aquella extraña cicatriz,
pero siempre había dado por hecho que no la había tenido antes de estar en la cárcel.

-Lo siento.

-No tienes por qué.
Un niño débil y enfermizo no es un heredero digno,
al parecer ni siquiera tiene derecho a vivir.

-¿Crees que estaríamos aquí 
si hubieses tenido buena salud?

-¿Estaríamos aquí si tu abuelo no hubiese fundado la resistencia
y reagrupado a los aliados?
Oh, sí, yo también he atado cabos.

No fuí capaz de esconder mi asombro.
Me encogí de hombros.

Mi mano aún seguía en su hombro,
la cogió para apartarla, pero nuestros dedos se entrelazaron,
sin embargo.
Nos habíamos rozado antes,
durante noches frías, para darnos calor,
pero la brisa que venía del jardín aquella noche era suave, y agradable.
Nos habíamos sujetado el uno al otro, durante el viaje,
pero ambos permaneciamos firmes en aquél sofá.
Habían sido ocho largos meses,
sin más contacto humano.

-Me alegro de que estemos aquí,
de todos modos.