Saturday, February 19, 2011

IX.

-¡Estás loca, Cassandra!


-¡No¡ ¡NO!
Atadas las muñecas y los pies colgados del techo, se balanceaba el cuerpo malherido de un hombre.
-Puedes elegir entre ser un traidor vivo, o un hombre leal muerto -le dijo la voz de una mujer desde las sombras, mientras Ector se acercaba a él con una larga vara de hierro ardiendo.
-¡No!

Los capitanes de Atenas se sentaban frente a ella en una larga mesa. A ambos lados de Cassandra, Ghaldok y Ariadne completaban la representación de su consejo.
-¡Venimos a firmar la paz y nos insultas! ¡El fin de la guerra por un hombre y tú lo escondes! 
Estaba furiosa.
-Esto no es lo que habíamos acordado. -oyó decir a su hermano.
Chrysò le peretenecía por derecho. Y la vida, el sufrimiento de aquél hombre... nadie le quitaría su venganza. Él la había convertido en lo que era, se decía.
Oyó decir algo a Neoptolomeo, pero estaba tan llena de rabia que ni siquiera se molestó en escuchar.
-¿DÓNDE ESTÁ, ALEJANDRO? 
-¡No lo sé! ¡No le ha visto nadie desde anoche!

-¿Y bien?
La sangre seca manchaba el suelo y las ropas del prisionero.
-Siete dias... siete dias. .. -sollozó.
Una sonrisa cruel se dibujó en su rostro.
-Ector, es suficiente.
-Cassandra... Cassandra... Gracias, Cassandra... -murmuró el prisionero.
Ella se giró para mirarlo, dudó un momento, y luego le hizo una mueca a Ector.
-Que lo echen a los cerdos

-Entonces morireis todos.

-¡Estás loca, Cassamdra!

-Lo siento, Alejandro. 

Se produjo entonces la respuesta a su llamada. De todas partes de la ciudad, de cada recoveco, de cada esquina, liderados por Cronos, se escurrieron los hombres dispersados por Ghaldok, en dirección hacia la Ciudadela.
Las huestes de los Principes se abalanzaron sin piedad sobre los Guardianes de la Polis.
Los hombres de Neoptolomeo fueron los primeros en reaccionar, pero los soldados apostados en la entrada irrumpieron en la habitación mientras Ghaldok se sentia empujado hacia afuera por su hermana.
-¡Encontradlo! -les ordenó antes de desaparecer.

-¡Mircea! ¡Mircea!
Estaba alli, desorientado en medio de todo el tumulto. La miró extrañado, sin reconocerla.
-¡Mircea!
Ahora que lo veía, que lo sentia al lado, le parecía una crueldad matarlo. Le parecía tan cruel morirse... quizás podría escapar con él de alli. Refugiarse en alguna isla y dejar que la tomasen por muerta...
-¡Mircea!
-¿Quién eres?

Habian llegado a una pequeña terraza en los salones de la Ciudadela. Caminando entre los cuerpos sin vida la guió concienzudamente hacia el balcón para hacerla ver la Polis sumida en el caos.
-La sangre corre por nuestro hogar, de nuevo.
Ella asintió, perdida en algún ensoñamiento.
-Diles que paren. Hemos ganado. Ni siquiera sabemos si está aqui. No tiene sentido.
-¡No! Hasta que Mircea no muera no habré ganado nada.
-Nada puede borrar lo que ha pasado. Nada va a devolverte a tí misma.
-¡Mi señora! -exclamó entonces una voz- ¡Lo han encontrado!

-Ven conmigo, Mircea.
-He de luchar. No puedo abandonar la ciudad.
-¡Morirás si no lo haces!
-¿Por qué te preocupa? ¿Quien eres, mujer? Aparta. Si no llevases esas ropas de sacerdotida te habría matado ya, no pareces un guardian.
-No soy un guardián. Soy tu madre.
Intentó mostrarse inexpresivo, pero vió su expresión de sorpresa, la sombra de la duda. Y la confusión.
-¿Por qué habria de creerte?
-¡Mi señor Mircea! -gritó un soldado desde el piso superior- ¡Apártese! ¡Es la protectora de Cassandra!
Durante un instante Ariadne pensó que la flecha se clavaria en su pecho, pero los brazos de Mircea aferraron sus hombros y un grito le indicó que era el pecho de él en el que se habia hundido.
-¡Mircea!
-Eres real... Neoptolomeo me dijo que los principes te mataron cuando diste a luz. Pero mentia, le oí hablar sobre ti con Alejandro.
-Mircea....
¿Cómo iba a matarlo si no dejaba de mirarla de aquella forma?

-ARIADNE.

Ghaldok intentó detenerla, pero ella se escurrió y corrio hacia Ariadne y Mircea.
-Lo has encontrado, Ariadne.
-Vete, Cassandra.
La anciana se habia puesto de pie, y temblaba frente a ellos, con la voz rota.
-¿Qué?
-Tengo que matarle yo, Ghaldok. Ella lo humillará si lo hace, no puedo permitirlo. No puedo presenciarlo. Por favor, Ghaldok...

-Matarle es el único motivo por el que estoy aqui. ¿Qué te ocurre? No pienso irme.
-No voy a permitir que mates a mi hijo.
Por un momento se quedó paralizada, despues, para sorpresa de todos, se abalanzó sobre Ariadne.
-TU HIJO, TU HIJO... ¿es que no ves... ¿esque no sabes...
Sus manos descontroladas se acercaron peligrosamente al cuello de la anciana. Los puños cerrados hicieron amago de abrirse y encerrar el cuerpo de su protectora del mismo modo que encoerraron el de Victor.
-¡AH!
Pero Ghaldok habia clavado su espada en el vientre de Mircea, atrayendo su atención.
-¿Qué haces? ¡ES MÍO ES MÍO! -chilló, zafandose de Ariadne.
Ghaldok la esquivó mientras se abalanzaba sobre él.
Pudo ver de nuevo cómo las mismas manos que se habian llevado la vida del hijo se aferraban del mismo modo, en un intento desesperado de hacer lo mismo con la existencia del padre.
-¡No! ¡NO! 
No pudo evitar sostener a Ariadne por la cintura, mientras ella lloraba y suplicaba.
-Lo siento -le dijo al oido. Y ambos observaron mudos como  Cassandra, o lo que quiera que fuese que quedaba de ella aquella criatura, se llevaba consigo los últimos alientos de la vida de Mircea.
-Vámonos.
Ariadne calló de rodillas, en un baño de lágrimas, ajena a él, alargando la mano hacia los ojos del hombre.
-¡Ghaldok! ¡Quietos!
Antes de que se diera cuenta, Alejandro y dos hombres más habian entrado en el salón a la cabeza de una escuadrilla.
Ghaldok levantó instintivamente los brazos, alzando tambien la palma izquierda de su hermana consigo.

-¡Gh...
Iba a protestar cuando algo fuerte y pesado la golpeó inesperadamente en la cabeza.
Tambaleandose, perdió el equilibrio y se soltó de su hermano, cayendo de rodillas al suelo.
Cuando volvió a alzarse sintió lágrimas de dolor resbalando por la mejilla.
¿Cuanto tiempo hacia que no lloraba? pensó Doce años, quizás...

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