Tuesday, February 15, 2011

Epílogo.


-La vistieron de blanco, y le adornaron el pelo con flores amarillas.
Alejandro en persona había ordenado que la bañasen y perfumasen. La presentó ante el pueblo como La Señora de la Guerra, la princesa más hermosa de Grecia, y una digna reina. 
De los muertos.
Después la cubrió con una capa de seda azul.
Ghaldok había envenedado la punta de la flecha para que su muerte fuese inmediata, e indolora. Y así fue. Un disparo limpio, directo al corazón. 
Dicen que no cerró los ojos. Que solo se oyó el silbido de la flecha mortal cortando el aire, y el golpe seco al caer en el mármol blanco. Sola.'

Cuando la multitud se hubo dispersado un hombre joven y apuesto, de cabellos dorados, se acercó a ella comiendo una manzana de color rubí.
-Tu madre no se llamaba Elena. Y tú padre no fué Ghaldok Lestarat. -le susurró al oido.
Tenía sus mismos ojos claros.
-No -susurró ella también- Pero sí soy una Lestarat.
Él sonrió.
-Hermana. -dijo, y se alejó, dejando caer tras él la manzana.

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