Monday, January 10, 2011




Era un día de calor, a pesar de ser principios de
primavera.
las banderas amanecieron a media asta,
pero no había viento que las hicese ondear.

Alcé la mirada hacia la cúpula blanca del capitolio,
buscando el cielo,
pero mis ojos se perdieron en las enormes pantallas,
encendidas desde la noche anterior.
Ví a los rebeldes luchando,
veinte años atrás,
del mismo modo que los asustados ciudadanos
debieron de observar la batalla del palacio,
paralizados en esta misma plaza.
Reconocí las imágenes de mi cámara,
pero, como tantas otras veces,
mis recuerdos no encajaban al completo con el testimonio 
de aquel compañero mudo que instalaron en mi traje.
Le ví de nuevo a él,
veinte años más joven,
cediendo al impulso de cerrar aquellos largos dedos 
para siempre
sobre el cuello de un opresor que poco poderoso parecía
encerrado en sus garras.
Ví mis propias manos sobre sus hombros.
no se gabró el audio pero pude oir mi propia voz,
'Debe ser judgado'.

Me dí la vuelta y comencé a andar hacia casa, 
antes de que los más madrugadores comenzasen a llegar a la plaza.
No me hacía falta seguir contemplando la pantalla 
para ver de nuevo el ajusticiamiento,
revivir nuestros juramentos, ni recordar la investidura
del que fuera primero mi anfitrión, y más tarde mi mentor.

-¿Preparada?
Asentí, tomando mi mano gemela,
y dejé caer mi ramo de rosas blancas sobre el féretro transparente.
Todo era blanco aquél día,
las columnas de mármol del capitolio, mi vestido,
la barba anciana que no crecería más,
mis flores, la tribuna improvisada para la ocasión.
pero mi alma se me antojaba gris,
y llena de pena.
No subí al atril.
Sin pensarlo puse una mano en el pecho, y clavé la mirada en el infinito.
la multitud esperaba mi discurso, pero las palabras morían en mi laringe,
y las lágrimas resbalaban por mis mejillas.

-Hoy La Nueva Democracia está de luto, 
Presidente.





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