Friday, April 22, 2011



VIII.


-Vas a volver, ¿verdad?
Quedaban solo unas horas para la batalla, y una sensación de angustia creaba un molesto nudo en la garganta de Ghaldok.
Bebiendo un largo trago de vino deseó poder abandonarse aquella noche al alcohol en vez de a la sangre.
-Tranquila...

-¿La quieres?
Sorprendido se giró sin habla hacia su hermana.
-¿Qué?
-¿La quieres?
Se suponia que debía de estar furiosa. 
Había pactado una boda sin su permiso. Había trazado planes con Ariadne a sus espaldas. Había conseguido refuerzos, pero sin su consentimiento. Pero hacía meses que no la veia tan tranquila. Le miraba como un cordero a punto de ser degollado.
-No la conozco. No puedo quererla.
-Prométeme. Prométeme que la vas a cuidar, Ghaldok.

-Prométeme que vas a volver.
Era tan frágil y delicada. Tan rompible...

Entonces comprendió, abriendo muchos los ojos. Y no pudo evitar reir.
-Prométemelo - insistió.

'¿La quieres?' Ahora la queria.
-Vas a volver, ¿verdad?

-Te lo prometo.

*
*
-Puedo dormir esta noche contigo, si lo necesitas.
Aquella noche era diferente. Aún permanecia a su lado. Normalmente se separaba bruscamente de él dejándole reponerse y salía al balcón. Pero esta vez permanecia a su lado, rodeada por los brazos del guerrero.


-Levantate, Victor.
-Esta noche he sido valiente. Y ella no ha venido. Creo que lo ha olido.
-Apresúrate, vamos a conseguirte un caballo.
-¿De verdad? ¿Cómo el de Ector? ¿Para mi?
-Para ti solo.

-No lo necesito -dijo, deshaciendose de su abrazo, y dandole la espalda- Pero puedes quedarte a dormir si quieres.
-Victor...
Cronos la besó en el hombro y se giró tambien. Su vida se había roto el dia que la violaron y mataron a sus criados y el resto de su familia,  y con ella su emopatía y su capacidad de amar. Y él acababa de comprenderlo.

*
*
-La bella Chrysò. Más bella aun sabiendo que mañana será destruida, ¿no crees?
-Neoptolomeo.
El hombre alto, de barba y cabellos morenos se detuvo un momento a observar al joven que acababa de llegar. Ambos tenian el mismo marron claro en los ojos.
-Mircea.
-¿Me tienes miedo, Ariadne?
-Solo temo a la muerte.
Ciertamente era una mujer bella. Y fuerte. Sobretodo fuerte, capaz de soportar el heredero que él pretendia criar.
-Lo siento -murmuró el joven, para su sorpresa. Parecia asustado.
-¿El qué sientes, hijo mio?
Mircea abrió los ojos asombrado, pero trató de disimularlo.
-Si hubiera sabido que ella era... Bueno, llevaba ropas de criada. Yo... al fin y al cabo estabamos en guerra. Lo había visto tantas veces con mis propios ojos. Y habiamos ganado. Yo lideraba aquella partida. Me dijeron que todo lo que encontrasemos era mío. Mi trofeo. Habíamos ganado gracias a mí. Parecia que habiamos ganado. Yo...
-Calla.
-No deberian haberla obligado a tener el crio. Fue una humillación. Otra-añadió.
-Calla -repitió Neoptolomeo.
-Si, señor.
-Prometemos la justicia a nuestro pueblo. Pero, ¿qué justicia traemos? La justicia no existe en la guerra. Solo la crueldad. 
-¿Y la piedad, señor? ¿Y la misericordia?
-Piensa una cosa, ¿quien inició acaso esta guerra, nosotros o ellos? No voy a dejar que te mate mañana.
-¿Por qué?
-Porque ese hombre, Ghaldok, con su forma de protegerla a ella, me enseñó una cosa que los guardianes habiamos olvidado: la sangre. No voy a dejar morir a mi hijo.



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