Friday, July 1, 2011

V.

La soledad del templo le recordaba irremediablemente a Victor. El escándalo que su presencia traía a la casa. 
Durante años había odiado su presencia, evitado encontrarse frente a aquella sonrisa inocente y despreocupada que le recordaba que, en una época muy lejana, ella también había sido feliz.

-Quizás debería amamantarlo, señora.
-Me niego.
-Pero... está débil, y hemos probado tres nodrizas ya sin resultados.

Pasó dos años sin querer verlo. Ariadne se ocupaba de él la mayor parte del tiempo. Ghaldok veló su sueño alguna noche. Hasta Cronos jugueteó con el pequeño.


Llevaba noches sin dormir,
Ariadne le había sugerido un brebaje para descansar, pero lo había rechazdo,
lo cierto era que temía cerrar los ojos.
Cuando menos lo esperaba, de entre las sombras,
una mano invisible colocaba un bebé en su regazo, e inconscientemente, comenzaba a amamantarlo.
Entonces notaba un agudo dolor en su pezón,
un mordisco, los brazos le fallaban,
y cuando bajaba la vista para asegurarse de que el pequeño no cayese,
unas manos, adultas, con cicatrices, sus manos,
rodeaban lentamente su cuello, asfixiándola.
Ella las aferraba, arañándolas,
pero entonces él las detenía a ambos lados, giraba su cuello,
y susurraba en su oído 'Yo te hice mujer'.
Siempre despertaba en el mismo instante que un ligero crack detenía sus latidos.

Los sueños no cesaron hasta el final de la estación seca, no llamó de nuevo a Cronos a su alcoba hasta entonces.

Aquella noche se decidió a verlo por primera vez.
Se envolvió en capa encapuchada de seda azul y caminó descalza hasta su dormitorio.
Pequeñas respiraciones provenían de una cama demasiado grande para un infante,
y un pequeño bulto yacía en el lado más alejado del balcón.
Bajo la luz de la luna comprobó que su pelo era oscuro, como el de él,
y sintió que en cualquier momento sus manos se transformarían.
-Victor, despierta.
Lo zarandeó.
-Victor.
Unos ojos claros la miraron asustados.
Suspiró. No eran marrones.
No era él, no iba a matarla.
-¿Quién eres?
No le respondió.

Al llegar al pequeño estanque recordó el día que la niñera, distraída por la visita de su amante soldado, le perdió de vista, y él, viéndose libre, corrió a inspeccionar los rincones del palacio que Ariadne le había prohibido visitar. Así, lo encontró dormido en el balcón de su dormitorio al volver de bañarse. Los mandó azotar. Niño y niñera.


Las pesadillas desaparecieron, cambiaron, pero el insomio persistió. Cada noche, 
se levantaba sigilosamente, se cubría con la capa de seda y se sentaba a su lado.
Si tardaba mucho en despertarse, lo hacía ella misma.
Siempre le preguntaba quién era.
Nunca le respondía.
Las niñeras comenzaron a advertir que la cama de Victor aparecía mojada por las mañanas.
Entonces, ella lo hacía llamar y le castigaba con tres azotes, 
para que aprendiese a ser un hombre.

Se metió en el agua, sentándose en el bordillo, y comenzó a rezar.

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