Tuesday, March 8, 2011


VII.

-Es curiosa la politica, ¿no crees?
Estaba de espaldas a ella, pero sabía que era ella. Tenía que ser ella. Cronos debia de haberla enviado alli.
-Yo misma te comenté una vez algo asi. Hace mucho tiempo.
-La primera vez que vine al templo.
-La primera vez... -susurró Glaüka- Ha sido una larga tarde. Pensé que ya te habías ido.
-No puedo dormir.
-No puedo dormir...
-¿Por qué?
-Tengo miedo.
-¿De quien?
-De ella.
-Eres un cobarde, Victor. Un cobarde. Nunca serás un hombre.
-No quiero ser un hombre. ¡Solo quiero dormir!

-No puedo dormir.. -repitió para si.
-Deberias descansar para mañana.
-Mañana... ¿qué sientes, Glaüka?
-¿Qué siento? 
-¿No sientes remordimientos de tenerme aqui, junto a ti, viva? ¿No sientes... ¿No sientes asco?
-Siento miedo, y humillación, ya que lo preguntas.
-¿Y que sientes sobre que yo esté viva?
-No te entiendo...
-Hay quien cree que para evitar un mal mayor hay que sufrir un mal menos, ya sabes... politica. ¿No?
Pudo notar como las piernas de la sacerdotisa comenzaban a temblar.
-Es una creencia extendida.

-No podéis pasar.
Dos corpulentos mercenarios les cerraban el paso hacia el mirador.
-Ghaldok golpeó la columna furioso.
-¡Yo os contraté! ¡Yo soy vuestro capitán! ¡Dejadnos pasar!
-Ella ordenó que no pasara nadie.
-Algo terrible va a suceder... -murmuró Ariadne a su lado.
-¡Apártate! -gritó Ghaldok impaciente, empujandolo.
El mercenario se lo quitó de encima empujándole hacia atrás y tomó a la anciana por el cuello.
-¿Te vas a estar quieto, capitán? -sonrió, enseñando su dentadura podrida.
Sin pensarlo agarró el cuchillo de la cintura del otro guardia, que permanecia en shock, y lo clavó en su pierna, que soltó a la mujer gritando de dolor.
-¡Corre Ariadne! -la empujó liberandola de las zarpas del gorila, y se volvió hacia él mientras ella escapaba hacia el mirador.

-¿No tienes nada que decir? -inquirió.
-¿Qué quieres que diga?
-¿Por qué?
-Es impensable. Impermitible. No puedes masacrar asi a un pueblo...
-PUEDO -exclamó furiosa.
-Es inhumano hacer pagar a un pueblo por los pecados de un hombre. Mis mensajeros han de haber llegado ya a Chrysò. Es posible que Él ni siquiera esté en la ciudad.
-¿Cuando dices 'mis mensajeros' te refieres a ellos? -preguntó alargando las pequeñas manos hacia uno de los altares. Cómo habia ordenado a Cronos, dos cabezas reposaban envueltas en la sábana de la que tiraron sus largos dedos, rodando por el marmol hasta los pies de Glaüka.
-No...
La mujer murmuró algo aterrada y se dejó caer de rodillas en el suelo, ahogando una arcada.
-Clistenes y Polonio también están muertos. Y Zenón. Y Anaximenes. Todos ellos. ¡Todos!
-¿Cómo has podido convertirte en esto? Eras una niña... ahora te consumen la maldad y el rencor. Estos años te han destruido... No me equivoqué al hacerte tener a Victor.
-No hables de Victor.
-Él al menos te mantenia viva.
-¡CALLATE!
-Pero terminaste de morir con él.
-CALLA. Estoy viva, algo que tú no puedes afirmar.
-No estás viva. No eres más que un espectro -murmuró mientras el acero se clavaba lentamente en su vientre.
-Respiro. Tú estás dejando de hacerlo.

Había llegado tarde.
-Niña...
Se había arrodillado en el suelo, pasando los dedos por el charco de sangre que derramaba Glaüka, inerte sobre el mármol. Al verla alzó la cabeza y se encogió de hombros.
-Tenía que hacerlo. 
Ariadne la tomó en sus brazos y le acarició el pelo.
Contempló con tristeza el cuerpo de su compañera y suspiró. ¿Qué le habia ocurrido a su pequeña?
-Mañana todo habrá acabado.
Para su sorpresa ella correspondió a su afecto.
-Todo, Ariadne. TODO.


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